lunes, julio 23, 2007

¿Navegando en la Tempestad?


Según alguna enciclopedia hojeada por ahí, la frustración es el sentimiento desagradable en virtud del cual las expectativas del sujeto no se ven satisfechas al no poder conseguir lo pretendido. Como fenómeno psicológico, puede identificarse el sentimiento de frustración como un síndrome que ofrece síntomas diversos que, sin embargo rondan una categoría general: la desintegración emocional del individuo. Existen por supuesto diferentes niveles de frustración y múltiples causas y consecuencias. El impacto de la frustración sobre el individuo está determinado por la personalidad, así como por numerosas variables, difíciles de controlar. La frustración puede ser desencadenante de problemas psicológicos, con lo que hablaríamos de frustración patológica, caso en el que se debe acudir a un profesional.

Además busque sinónimos de esta palabra y encontré algunas como: fracaso, malogro, pérdida, desgracia, naufragio, infortunio, revés y desengaño. Pero el sinónimo que mas me llamó la atención fue NAUFRAGIO. No hay un momento donde la palabra frustración tome mas peso que cuando tienes una ruta trazada y luego vienen problemas y dificultades que echan a la borda todos tus planes. Uno de los naufragios más famosos que recordé, a parte el de Jonás, fue uno de los tantos que tubo Pablo de Tarso, por esta razón muestro unos extractos de su historia en los mares cuando fué llevado a Roma.

Tempestad en el mar

De pronto, comenzó a soplar un viento suave que venía del sur. Por eso, el capitán y los demás pensaron que podían seguir el viaje, y salimos navegando junto a la costa de la isla de Creta. Al poco tiempo, un huracán vino desde el noreste, y el fuerte viento comenzó a pegar contra el barco. Como no podíamos navegar en contra del viento, tuvimos que dejarnos llevar por él. Pasamos frente a la costa sur de una pequeña isla llamada Cauda, la cual nos protegió del viento. Allí pudimos subir el bote salvavidas, aunque con mucha dificultad. Después, los marineros usaron cuerdas, tratando de sujetar el casco del barco para que no se rompiera. Todos tenían miedo de que el barco quedara atrapado en los depósitos de arena llamados Sirte. Bajaron las velas y dejaron que el viento nos llevara a donde quisiera. Al día siguiente la tempestad empeoró, por lo que todos comenzaron a echar al mar la carga del barco. Tres días después también echaron al mar todas las cuerdas que usaban para manejar el barco. Durante muchos días no vimos ni el sol ni las estrellas. La tempestad era tan fuerte que habíamos perdido la esperanza de salvarnos. Como habíamos pasado mucho tiempo sin comer, Pablo se levantó y les dijo a todos: "Señores, habría sido mejor que me hubieran hecho caso, y que no hubiéramos salido de la isla de Creta. Así no le habría pasado nada al barco, ni a nosotros. Pero no se pongan tristes, porque ninguno de ustedes va a morir. Sólo se perderá el barco. Anoche se me apareció un ángel, enviado por el Dios a quien sirvo y pertenezco. El ángel me dijo: 'Pablo, no tengas miedo, porque tienes que presentarte delante del emperador de Roma. Gracias a ti, Dios no dejará que muera ninguno de los que están en el barco'. Así que, aunque el barco se quedará atascado en una isla, alégrense, pues yo confío en Dios y estoy seguro de que todo pasará como me dijo el ángel". El viento nos llevaba de un lugar a otro. Una noche, como a las doce, después de viajar dos semanas por el mar Adriático, los marineros vieron que estábamos cerca de tierra firme. Midieron y se dieron cuenta de que el agua tenía treinta y seis metros de profundidad. Más adelante volvieron a medir, y estaba a veintisiete metros. Esto asustó a los marineros, pues quería decir que el barco podía chocar contra las rocas. Echaron cuatro anclas por la parte trasera del barco, y le pidieron a Dios que pronto amaneciera. Pero aun así, los marineros querían escapar del barco. Comenzaron a bajar el bote salvavidas, haciendo como que iban a echar más anclas en la parte delantera del barco. Pablo se dio cuenta de sus planes, y les dijo al capitán y a los soldados: "Si esos marineros se van, ustedes no podrán salvarse". Entonces los soldados cortaron las cuerdas que sostenían el bote y lo dejaron caer al mar. A la madrugada, Pablo pensó que todos debían comer algo y les dijo: "Hace dos semanas que sólo se preocupan por ver qué va a pasar, y no comen nada. Por favor, coman algo. Es necesario que tengan fuerzas, pues nadie va a morir por causa de este problema". Luego Pablo tomó un pan y oró delante de todos. Dando gracias a Dios, partió el pan y empezó a comer. Todos se animaron y también comieron. En el barco había doscientas setenta y seis personas, y todos comimos lo que quisimos. Luego los marineros tiraron el trigo al mar, para que el barco quedara más liviano.


Luego de esto el barco se hace pedazos. Quizás todos tenían clara la ruta de navegación, pero Pablo entendió que la carta de navegación de Dios era la mejor, aunque pareciera imposible cursar la tempestad. Para algunos el viaje se frustró, pero para Pablo fue un éxito, porque no solo llegaría sano y salvo a hablarle de Jesús al emperador, sino que le mostraría a sus compañeros de naufragio el poder de Dios que se desata cuando se confía en Él. Dato aparte es recordarles que después que Pablo llegó a la playa, al tomar un palo, de su mano quedó colgando una serpiente que lo estaba mordiendo, pero él la tiro al fuego y siguió tomándose su calientito desayuno como si nada.